“Arte Degenerado”: a 80 años de la más degradante exposición organizada por los nazis en Munich

19/Jul/2017

Infobae, Por Germán Padinger

“Arte Degenerado”: a 80 años de la más degradante exposición organizada por los nazis en Munich

Este miércoles
se cumple un nuevo aniversario de una de las apuestas más recordadas del Tercer
Reich por controlar la cultura en Alemania. Reunió la obra de diferentes
artistas que el régimen de Adolf Hitler intentó erradicar por la vía del
ridículo y con los que hizo negocios
En 1937 y en
una Europa cansada de la Gran Depresión y las agitaciones internas, con el
recuerdo aún fresco de la Gran Guerra y la necesidad de creer en nuevos
procesos, los nazis organizaron la que quizás sea la exposición de arte más
famosa de la historia: la de lo que ellos consideraban “Arte
Degenerado” (Entartete Kunst).
La muestra
abrió un 19 de julio, hace exactamente 80 años, y se mantuvo hasta el 30 de
noviembre. Por los salones del Instituto Arqueología de Munich se presentaron
cerca de 600 obras de algunos artistas cuyo legado es hoy indiscutible: Marc
Chagall, Wassily Kandinsky, Paul Klee, Oskar Kokoschka, George Grosz, Emil
Nolde y Ernst Ludwig Kirchner, entre otros maestros del modernismo.
En el caso de
este último, 32 de cuyas obras formaron parte de la exposición, la depresión
provocada por esta puesta en escena fue demasiado: se suicidó al año siguiente.
“Siempre
tuve la esperanza de que Hitler gobernaría para todos los alemanes, pero ahora
ha difamado a tantos y tan serios, buenos artistas de sangre alemana. Esto es
muy triste porque todos intentaron y lograron trabajar para el honor y la fama
de Alemania”, dijo tras la apertura de la muestra.
El lugar
físico para la Entartete Kunst fue elegido por su falta de luz, y las pinturas
se colgaron sin marcos, a veces acompañadas de slogans que ellos consideraban
derogatorios (“Naturaleza vista por una mente enferma”, “Un
insulto a la mujer alemana”) o fotografías de personas que sufrían alguna
malformación.
Había tres
áreas temáticas: una primera dedicada a obras que degradaban la religión, una
sección para el arte producido por judíos, y otra con lo que consideraban un
insulto a la mujer, los soldados y los trabajadores de Alemania.
Incluso una
habitación que reunía arte abstracto fue catalogada de “sala de la
locura”, y se incluyeron pinturas hechas por los enfermos psiquiátricos en
un hospital.
Tras su cierre
en Munich, luego de que un estimado de dos millones de personas la visitaran,
recorrió durante tres años diferentes ciudades de Alemania en el marco de un
programa por el cual 20.000 obras de 140 artistas fueron retiradas de más de
100 museos y galerías en todo el país.
“Vemos
alrededor de nosotros los engendros de la locura, del descaro, de la
incompetencia y la degeneración”, dijo en aquel momento el organizador Adolf
Ziegler, entonces el presidente de la cámara de bellas artes de Alemania y
artista preferido del dictador Adolf Hitler.
En palabras
del historiador del arte Peter Gay, se trató del “más perverso rechazo a
la pintura modernista que un régimen del siglo XX llegaría a hacer” en un
contexto de “antisemitismo y purificación de la sociedad alemana”.
En la década
de 1930 estas obras despertaban polémica no sólo en Alemania, pero su valor ya
era reconocido en todas las grandes capitales del mundo.
Aprovechando
esta situación los nazis vendieron la mayor parte en el mercado internacional
de arte; y las 1.004 pinturas y 3.825 grabados de las que no pudieron
desprenderse fueron quemadas en 1939.
En paralelo a
esta muestra se montó también la “Gran exposición de arte alemán” en
la Casa de la Cultura (Haus der Kunst) en Múnich, exponiendo los ideales
estéticos del régimen en un adecuado edificio neoclásico construido para la
ocasión. Allí estuvieron las obras de Ziegler y Schmitz-Wiedenbruck, entre
otros.
¿Pero por qué
se sentían los nazis amenazados por el cubismo, el dadaísmo y, sobre todo, el
expresionismo, el gran aporte de Alemania al arte del siglo XX?
No existía un
criterio bien definido en el veto nazi más allá del tradicionalismo de Hitler,
alimentado por Ziegler, que incluso por momentos se enfrentó con el apoyo de su
ministro de Propaganda, Goebbels, al expresionismo. Goebbels no tardó en
cambiar su postura, sin embargo.
“Las
obras de arte que no puedan ser entendidas por sí mismas y necesitan de un pretencioso
libro de instrucciones para justificar su existencia nunca más llegarán al
pueblo alemán”, dijo el dictador en un discurso reproducido por la BBC.
Pronto comenzó
a trascender la idea de que el arte moderno, con su marcado rescate de temas
controversiales, su dura mirada sobre la realidad y sobre la guerra, y su
experimentación técnica, era producto de influencias del judaísmo y el
bolchevismo, los enemigos preferidos de los nazis.
Sin embargo,
había sólo seis artistas judíos entre los 112 que participaron de la muestra, y
el arte de Emil Nolde, antiguo miembro del partido Nacional Socialista, no
escapó de esta política cultural de la censura.
En cambio la
“Gran exposición de arte alemán” mostraba situaciones bucólicas,
estudios del cuerpo humano y escenas de un realismo nacional socialista;
mostraba al Nuevo Hombre, construido en un pasado entre folclórico y
legendario, y una Nueva Mujer, caracterizada por el autosacrifico
“heroico” que representaba el slogan Küche, Kirche, Kinder (Cocina,
iglesia, niños).
Lo cierto es
que la política cultural nazi se mostró muy activa desde 1933, cuando Hitler
fue nombrado canciller de Alemania y puso al país en el camino de la
destrucción que acabó en 1945.
La escuela de
arquitectura Bauhaus, cuyas influencias llegan a nuestros días, cerró ese mismo
año; el brutal retrato de la Primera Guerra Mundial que filmó G. W. Pabst,
Westfront 1918, fue prohibido; la novela pacifista Sin Novedad en el Frente, de
Erich Maria Remarque, entró en combustión en 1933, junto con otros miles de
títulos.
Sin contar
innumerables artistas cuya obra fue prohibida por el sólo hecho de ser judíos,
y otros cineastas, escritores y pintores de izquierda que emigraron con la
llegada de Hitler al poder.
En 2014, la
Neue Galerie, en Nueva York, volvió a reunir en un mismo lugar algunas de las
obras expuestas en la Entartete Kunst y también en la “Gran exposición de
arte alemán” con el objetivo de “exponer la historia completa del
ataque nazi contra el arte moderno, con la esperanza de que algo así no vuelva
a ser tolerado”, según palabras de su director Renée Prince.
“Creemos
que esto facilita que la trágica historia de estos artistas catalogados de
degenerados resuene aún con más fuerzas”, agregó.
Quizás esta
sea la ironía final sea por la cual el expresionismo se forjó en la locura de
la Primera Guerra Mundial, fue denigrado en la previa de la Segunda y acabó
luego dominando en gran medida las salas de los principales museos y galerías
de Europa, a 80 años de la exhibición con la que el nazismo intentó desterrar
del mundo a uno más de sus enemigos.