Alemania reabre el caso de los asesinados por la ciencia nazi

23/May/2017

El País, España, Por Nuño Domínguez

Alemania reabre el caso de los asesinados por la ciencia nazi

La Sociedad Max Planck conserva fragmentos
de cerebros de unos 3.000 niños y adultos ejecutados por padecer enfermedades
mentales. Una investigación intenta ponerles nombre casi 80 años después.
Entre 1939 y 1945, unos 300.000 niños y
adultos con discapacidad o enfermedades mentales fueron asesinados en Alemania.
A un número desconocido les extrajeron el cerebro. Los órganos se enviaban a
centros de investigación del país, donde se cortaban en rodajas y se preparaban
como muestras para estudiar enfermedades mentales. En aquellos años, Julius
Hallervorden, uno de los neurólogos más respetados del país, recordaba haber
dicho: “Si realmente vais a matar a toda esa gente, sacadle al menos el cerebro
para que puedan ser útiles. Ellos me preguntaron, ‘¿cuántos podría analizar?’
Yo les dije, ‘un número ilimitado, cuantos más, mejor”.
Casi ochenta años después, la Sociedad Max
Planck de Alemania ha puesto en marcha una investigación independiente para
identificar, por primera vez, a todas las víctimas de la ley de Eutanasia nazi
cuyos cerebros laminados siguen en los archivos de este organismo de
investigación científica, uno de los más prestigiosos del país. La entidad ha
anunciado este mes que un equipo de cuatro investigadores ajenos a la
institución comenzará en junio a cotejar las miles de muestras existentes con
los archivos de los psiquiátricos donde los pacientes recibían inyecciones
letales o eran gaseados usando las mismas técnicas que después se aplicarían en
los campos de exterminio.
“Tenemos que analizar todos los archivos de
neuropatología en los archivos de la Sociedad Max Planck de Berlín y el
Instituto de Psicología Max Planck de Munich”, explica Gerrit Hohendorf, uno de
los responsables de la investigación, dotada con 1,5 millones de euros y que
durará tres años. “Iremos nombre por nombre para recuperar la cifra exacta de
personas cuyos cerebros fueron usados para investigación neuropatológica,
calculamos que habrá entre 2.000 y 3.000 víctimas”, señala.
El objetivo final será crear una base de
datos pública que contribuya a rememorar este episodio que apenas se recuerda dentro
y fuera de Alemania. Cada 27 de enero, fecha de la liberación de Auschwitz, el
parlamento alemán rinde homenaje a las víctimas del Holocausto. Por primera
vez, este año los diputados recordaron también a las 300.000 víctimas de la ley
de Eutanasia, según Deutsche Welle.
“Lo más sobrecogedor es que la mayoría eran
niños”, explica Patricia Heberer-Rice, historiadora del Museo del Holocausto de
EE UU y miembro del equipo de investigación. Heberer-Rice estudia los archivos
del hospital psiquiátrico de Kaufbeuren, al sur de Alemania, donde médicos y
enfermeras asesinaron a 1.500 pacientes durante el nazismo, explica. En 2000 se
enviaron al Museo del Holocausto copias de los historiales médicos del hospital
alemán. Entre los documentos hay cartas entre los médicos que enviaban los
cerebros y los neurólogos que los recibían y relataban cómo los habían
preservado para los estudios de neuropatología.
Una de las 118 víctimas ya identificadas
por Heberer-Rice es Ernestine D. Nació el 1 de noviembre de 1929 en Bavaria.
“Era hija ilegítima y parece que la separaron de su madre en algún momento.
Sufría discapacidad intelectual, era medio ciega y sorda, y padecía ataques
epilépticos. Murió el 21 de marzo de 1943 en Kaufbeuren por una sobredosis
letal de medicamentos. Tenía 13 años”, explica Heberer-Rice. Adolf H., otra de
las víctimas, sufrió daño cerebral durante el nacimiento y padecía epilepsia.
Tenía ocho años cuando fue asesinado. Los cerebros de estos y otros niños se
enviaban a la Sociedad Kaiser Guillermo, de la que el Max Planck es heredera.
El objetivo final es crear una base de
datos pública que contribuya a recordar este episodio que apenas se recuerda
dentro y fuera de Alemania
Hallervorden, jefe de Neuropatología de la
institución, llegó a reunir 697 cerebros. En una entrevista con el
neuropsiquiatra estadounidense Leo Alexander, médico experto durante los
juicios de Nuremberg, Hallervorden contaba cómo conseguía su material de
estudio de los centros de eutanasia: “Les di fijadores, jarras y cajas e
instrucciones para extraer y fijar los cerebros y ellos me los enviaban
puntualmente como si fueran muebles. Había un material maravilloso entre esos
cerebros, bellísimos defectuosos mentales, malformaciones y enfermedades
infantiles. Yo acepté los cerebros, por supuesto. De dónde vinieran y cómo
llegaban hasta mí no era asunto mío”. Hallervorden sobrevivió a la guerra
y continuó su carrera científica sin sufrir pena alguna. Hoy su apellido sigue
dando nombre a una enfermedad neurológica que describió junto a Hugo Spatz.
“La
historia de esas muestras continuó durante mucho tiempo y se siguieron
utilizando para hacer estudios científicos hasta los años 80”, explica Paul
Weindling, historiador de la Medicina de la Universidad Oxford Brookes (Reino
Unido). La Max Planck tardó varios años en tomar en serio las denuncias sobre
el origen de las muestras y abrir su propia investigación, según explicaba el
investigador en un estudio de 2012. “Estamos ante una institución muy
prestigiosa, con un enorme presupuesto de investigación y que hace ciencia
rompedora. Pensaron que dañaría su reputación reconocer todo esto, pero ahora
han cambiado de opinión, lo que es un indicativo de que las investigaciones
futuras se harán en las mejores condiciones posibles”, explica Weindling, que
también participa en el análisis encargado por la Max Planck.
En 1990 la Max Planck retiró todas las
muestras humanas recogidas durante la era nazi y las enterró como parte de una
ceremonia de homenaje a las víctimas, pero sin identificarlas ni aclarar
cuántas muestras había. Una investigación posterior demostró que aún quedaban
más láminas en el Instituto de Psiquiatría Max Planck que podían ser de
víctimas. La sociedad hizo una nueva auditoría de sus archivos en 2016 en la
que se listaron 24.500 muestras tomadas entre 1920 y 1980. Es parte del
material que el equipo analizará ahora. En último término, opina Weindling, es
posible que haya que desenterrar el material inhumado en 1990, “aunque será
decisión de la Max Planck”, señala.
Los investigadores reconocen el reto de
publicar los nombres de todas las víctimas por las leyes de protección de
datos, pero creen que será viable y necesario. “Puede que las familias de los
fallecidos sepan que uno de sus parientes fue asesinado”, explica Wiendling. “Lo
que seguro será nuevo para ellos es que los cerebros de sus abuelos o tíos
siguieron usándose para investigaciones científicas durante mucho tiempo y
ahora están o bien en los archivos del Max Planck o bien enterrados en Munich”,
concluye.