Acerca de mis motivos para integrar el grupo parlamentario de amistad Uruguay-Israel

16/May/2011

Semanario Hebreo, Ope Pasquet

Acerca de mis motivos para integrar el grupo parlamentario de amistad Uruguay-Israel

12-05-2011 Ope Pasquet
Cuando yo fui diputado, en la primera legislatura siguiente a la dictadura, los “grupos parlamentarios de amistad” entre diversos estados eran muy pocos y la existencia misma de esos grupos no era bien conocida ni comprendida en el propio ámbito parlamentario. Más allá del estrecho círculo de los legisladores con vocación por los temas internacionales, los “grupos de amistad” podían parecer una pérdida de tiempo o, en el peor de los casos, una forma apenas disimulada de “lobby” en pro de los intereses de estados extranjeros -no necesariamente coincidentes con los intereses nacionales uruguayos- a cambio de beneficios personales (viajes, contactos profesionales o comerciales, etc.).
Al ingresar al Senado, veinte años después, encontré una situación muy diferente. Los “grupos parlamentarios de amistad” han proliferado y se cuentan por decenas. Cada partido político procura tener por lo menos un representante en cada uno de esos grupos, de manera que integrar uno o varios de ellos forma parte de los deberes de cada legislador. El peligro del uso indebido de los contactos que se establecen en esos ámbitos existe siempre, por supuesto, pero por otro lado se ha hecho evidente que en la actualidad los legisladores deben estar atentos a lo que ocurre en el mundo, para elegir con acierto los caminos que haya de recorrer Uruguay. El encuentro con parlamentarios y gobernantes de otros estados ofrece oportunidades de conocer de cerca cómo piensan los representantes de otros pueblos, qué problemas enfrentan y cómo tratan de resolverlos. Además, un país como Uruguay, cuya misma existencia es a veces ignorada o mal conocida en el exterior, debe aprovechar todas las oportunidades que se le  ofrezcan para darse a conocer por la comunidad internacional y por los responsables políticos de otros países.
Me integré por los tanto a varios grupos parlamentarios de amistad, y entre ellos al que vincula a Uruguay con Israel. Elegí a este grupo, ante todo, porque siento una profunda simpatía por el Estado de Israel. Ese sentimiento hunde sus raíces  en mi niñez. Nací y me eduqué en el seno de un hogar batllista, en el que mi padre hablaba de política todos los días y nos explicaba, a mi hermano y a mí, las ideas de Batlle y Ordóñez y de Luis Batlle, así como la posición del Batllismo ante las cuestiones que se debatían en aquel entonces. Nos habló muchas veces del papel que jugó Uruguay en las Naciones Unidas, a favor de la creación del Estado de Israel, y de cómo el nuevo estado había debido enfrentar una guerra desde el momento mismo en que proclamó su existencia. Mi padre hablaba con admiración del pueblo judío. Solía repetir que los judíos habían hecho “del desierto, un vergel” (eran sus palabras), mientras sostenían “el arado con una mano y el fusil en la otra”, para defenderse de quienes querían, y lo decían abiertamente, echarlos al mar. Recordaba que luego de las terribles inundaciones que sufrió Uruguay en 1959, Israel había donado medicinas, víveres y ropa para los damnificados, pese a que tenía pocos años de existencia y había vivido siempre bajo la amenaza de la guerra.
En aquellos años de mi niñez (los sesenta), un canal de televisión (creo que era el 10) completaba la presentación de las noticias con comentarios formulados por personalidades destacadas. Una de ellas era la del Prof. Enrique Rodríguez Fabregat, cuya voz grave, su dicción perfecta y su cadencia de orador consumado recuerdo nítidamente. Rodríguez Fabregat –en esta nota para el Semanario Hebreo, no necesito explicar quién era- hablaba de Israel con cariño, de su democracia con admiración y de David Ben Gurión como de un profeta bíblico, que había guiado a su pueblo en pos de ideales de libertad y de justicia.
Yo iba a la escuela No. 121, la “Evaristo Ciganda” (el turno de la tarde se llamaba “Francia”) y tenía muchos compañeros judíos, como los tuve también, posteriormente, en el Liceo Zorrilla. Cuando en 1967 se produjo la Guerra de los Seis Días, yo tenía once años. Es obvio que no entendía ni podía valorar el significado político del conflicto, pero compartía el entusiasmo de mis condiscípulos judíos por los éxitos del Gral. Dayan y me sentía “hincha” de Israel, como si fuese un equipo de fútbol…
Los recuerdos son muchos, pero el espacio es corto. No puedo dejar de señalar, sin embargo, que el Dr. Enrique Tarigo, junto a quien comencé a trabajar en política en 1980, fue también un amigo de Israel y del pueblo judío. Él integró durante muchos años el Comité Uruguayo que se interesaba por la situación de los judíos en la Unión Soviética. Cuando debió dejarlo, absorbido por sus tareas como Vicepresidente de la República y Secretario General del Partido Colorado, me propuso a mí para reemplazarlo, y así tuve el honor de formar parte del grupo liderado por Egon Friedler, hasta que Gorbachov y la “perestroika” pusieron fin a las formas más aberrantes del antisemitismo en la URSS (y terminaron con la propia URSS, además).
Motivos sobran, pues –tanto a la razón como al corazón-, para que yo haya elegido formar parte del grupo parlamentario de amistad Uruguay-Israel. Confío en que en los años del corriente período legislativo, ese grupo pueda contribuir a afirmar la amistad que desde hace tanto tiempo existe entre ambos estados y sus respectivos pueblos.