A propósito de la vista de Nathan Sharansky al Uruguay

27/Mar/2011

Extracto del libro “Caleisdoscopio de una vida” del señor Jorge Sztarcsevszky Weisz (Editorial Artemisa)

A propósito de la vista de Nathan Sharansky al Uruguay

Capítulo 8 “La Vida Comunitaria”

En toda mi existencia siempre tuve inquietudes y pensé que uno debía expandirse; que no somos solamente trabajadores, padres, esposos, empresarios, sino parte de una familia más vasta que nos comprende y también nos compromete. Por eso es que parte de mi vida la destiné a cooperar en las actividades comunitarias.

Activando en el Comité Central Israelita del Uruguay

Nosotros en el Comité Central sentimos y seguimos muy de cerca la vida judía tanto en lo que tiene que ver con Israel, como la suerte de los judíos en cualquier parte del mundo. Este sentido de pertenencia, ese sentido de identidad profunda ha sido y es lo que nos ha mantenido unidos a través de tantos siglos de diáspora, de persecuciones, de aislamientos e intolerancias.

Por eso vivimos muy cerca lo que ocurría en todas partes con nuestros queridos hermanos, principalmente con aquellos que luego de haber sorteado la terrible prueba del Holocausto, seguían penando sin libertad o siendo víctimas de la discriminación.

… tengo una anécdota que me parece importante, y que para mí es un hecho memorable, porque forma parte de la historia moderna; es uno de los hitos de la peripecia de los judíos en la Unión Soviética.

El caso es el siguiente: el canciller de la URSS, Sheverdnadze visitó Montevideo. El presidente en esos tiempos era el Dr. Julio María Sanguinetti, quién lo recibió con una cena. Eran los años de la cortina de hierro; las colectividades judías del mundo entero clamaban por la libertad y porque se permitiera la emigración de los rusos de origen israelita para viajar a la patria de sus ancestros, Israel, resurgido como estado independiente, enarbolando con orgullo la bandera azul y blanca de la Medina…

En Montevideo, la comunidad, con el comité Central Israelita a su frente, preparaba un gran evento de protesta, bajo el slogan “Dejad salir a mi pueblo…” frente a la Embajada de la URSS, en Br .España, había un espacio donde la calle se ensanchaba, y había multitud de ciudadanos que se encontraban con velas encendidas en las manos, esperando que el canciller ruso regresase de la cena y fuera a alojarse a la embajada.

La consigna era disciplina y mesura, como manifestó en las intenciones la directiva del CCIU. Hasta allí el programa; el resto fue un suceso inesperado y detonante. Cuando aparecieron los grandes autos negros de la comitiva del canciller Shevernadze, frenaron en la vereda de enfrente, donde se encontraba la multitud, con los directivos algo más adelantados. Se abrió la puerta de uno de los autos y bajó una persona.
Los que estábamos adelantados no podíamos creer lo que veían nuestros ojos y nos mirábamos un tanto desconcertados: era el propio Shevernadze que con pasos mesurados cruzaba la calle para ir a nuestro encuentro, con las manos extendidas, saludando. Al primer momento del desconcierto, siguió una rápida conversación exponiendo el presidente del CCIU el Dr. Sclofsky los motivos de la manifestación y ahí detonó la respuesta de Shevernadze, cuando dijo que no había ningún problema. Lo dijo en un correcto inglés, con cierto acento ruso: “Vengan a Rusia, hablen con sus hermanos judíos, que la puerta está abierta!”. Los que estábamos oyendo su invitación quedamos un tanto desconcertados ante la inmensidad de posibilidades que esta oferta nos daba.

El Dr. Pedro Sclofsky no perdió la compostura; agradeció la oferta, le tomó la palabra al Sr. Canciller y a los pocos días una pequeña comitiva del CCIU viajó a Rusia.
Fuimos testigos presenciales de un acontecimiento mundial, de repercusiones insospechadas, apareció el “glasnot” un cambio en la férrea postura de la Unión Soviética. Fue el fin de la Guerra Fría y se abrieron las puertas y las posibilidades de los ciudadanos rusos de emigrar, si esa era su voluntad.

Si hay algo que nunca me perdoné fue el error que cometí en no haber integrado esa comitiva, porque estaba enfrascado en esa época en consolidar mi empresa. Estuve sí en las postrimerías, al regreso del Dr. Sclofsky en una cena íntima en la Embajada de Israel. Fuimos invitados por el embajador Palmor y su señora. Asistí con mi esposa Sara, El enviado contó con lujo de detalle sus vivencias, sus encuentros con judíos rusos y los resultados de ese viaje fue que la población de Israel se enriqueció con el aporte de la llegada de cientos de miles de judíos rusos.

Como corolario adecuado festejamos brindando con una botella de vodka ruso que trajo Sclofsky del viaje.
Por suerte nuestras esposas son buenas conductoras y se hicieron cargo de transportarnos sanos y salvos a nuestras casas.