¡A la mesa!

06/Sep/2010

Pablo Aragón, El Observador

¡A la mesa!

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¡A la mesa!
PABLO ARAGÓN ESPECIAL PARA EL OBSERVADOR
Si alguien quiere apostar sobre seguro, y pecar de cínico en el intento, más vale que apueste sus maravedíes a que la nueva ronda de negociaciones entre israelíes y palestinos, lanzada con bombos y platillos en la sala oriental de la Casa Blanca el 2 de setiembre pasado, terminará en un rotundo fracaso. El problema es que, de todos modos, ganar esa apuesta nos deja con la pregunta de rigor: ¿qué alternativa hay a estas charlas?
Nadie espere, por lo pronto, sorprenderse de aquí a unos meses con la nueva de que algo removedor ocurrió en esa caldera del diablo de Medio Oriente. Lo que el enviado de la Casa Blanca a la región, George Mitchell, organizara es una ronda de contactos de “aproximación” que llevaría a las partes a hablar y verse las caras directamente y sin su intervención, en la expectativa de producir, de aquí a un año, una suerte de “acuerdo marco” que estaría a medio camino entre una declaración de intenciones conjunta y un acuerdo tentativo (algo muy similar al “acuerdo cajón” negociado bajo la administración Bush que, como lo indica su nombrete, terminara encajonado y a la espera de mejores días). Bien modesto.
El primer ministro israelí Benjamin (“Bibi”) Netanyahu, llega a esta instancia desde una posición fuerte. De obtener un mero acuerdo habrá revertido su imagen de obstaculizador serial de las soluciones al añejo diferendo, en tanto que de fracasar en el intento se verá sonoramente respaldado por la opinión pública israelí, hoy desinteresada de alcanzar entendimientos con los palestinos y marcadamente volcada a la derecha del espectro político. No solo eso: el fracaso le asegura el mantenimiento de los apoyos que brindan los partidos políticos a la derecha de su Likud, y la unidad de su gabinete.
El presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmoud Abbas, llega, por su lado, arrastrado por la corriente. Su peso político está en entredicho, no ya en la franja de Gaza que controlan sus adversarios del grupo radical Hamas, sino en la propia margen occidental del Jordán, donde su grupo Fatal no comanda ya el respaldo de otrora, y su figura no concita siquiera la unanimidad de sus adherentes.
La primera muestra de la fortaleza israelí de este momento, y la consiguiente debilidad palestina, la da el tema de los asentamientos judíos en territorios ocupados desde 1967. El 26 de setiembre vence la moratoria de 10 meses dispuesta por el gobierno Netanyahu en la construcción de estos irritantes. Se trataba de un gesto hacia la administración Obama: el presidente estadounidense había declarado, desde el inicio de su gestión, que los asentamientos (que duplicaron el número de colonos judíos de 200 a 400.000 en 10 años, en tanto hoy estarían cerca del medio millón) eran un impedimento al reinicio de cualquier proceso de negociación de paz.
La moratoria es, como todo gesto, apenas parcial: no cubría ni cubre áreas tales como Jerusalén y se excluyeron de ella miles de viviendas a las que, por la vía regulatoria, se les dio la condición de iniciadas con anterioridad al 25 de noviembre del año pasado, así estuvieran en estado de incipiente ladrillo.
La composición del gabinete israelí impide hoy a Netanyahu extender el plazo de la moratoria, pero no le impediría (y ese tal vez sea el contenido de un acuerdo verbal alcanzado con el presidente de EEUU en el curso de un encuentro mantenido en Washington en julio pasado) extender la moratoria en los hechos, restringiendo las nuevas construcciones a las áreas cercanas a Jerusalén y las fronteras de la franja occidental del Jordán que, de todos modos, se descarta serían parte de un arreglo que cambiara tierra por paz, según la vieja fórmula. Ya esta lectura, sin embargo, ha despertado reacciones adversas en Israel, en especial por parte del ministro del Interior, Eli Yishai, y el canciller, Aviador Lieberman, entre otros.
La ANP, por su lado, había sostenido hasta hoy que Israel tiene una alternativa: 12 meses de paz, o asentamientos y nada de paz. Con ello, Abbas se había encerrado en un rincón que le hubiera impedido llegar a la mesa negociadora: es que, con Hamas boicoteando expresamente cualquier asomo de conversación y cuestionando, de hecho, su legitimidad, queda bien en claro que la disyuntiva israelí distaba mucho de ser esa. Por ello, Abbas participa ahora del proceso negociador, pese a estar tan cerca de obtener una moratoria en la construcción de asentamientos como lo estaba el mes pasado.
El acuerdo marco al que se llegue el año próximo (si es que eso ocurre) debería contener otros sustanciales elementos, relativos a la frontera de un eventual nuevo Estado palestino, el reconocimiento de Israel por parte de todas las facciones palestinas, y aun el arreglo de las disputas fronterizas pendientes con Siria y Jordania: de ahí que la administración Obama haya incluido al rey Abdullah de Jordania, al presidente egipcio Hosni Mubarak y al representante del “cuarteto” negociador para Medio Oriente, Tony Blair, entre los asistentes al acto de lanzamiento de la iniciativa.
Buen paso, sin duda, pero un énfasis que deja en evidencia la dificultad de encontrar ese contexto global a la solución del problema: no hace sino evidenciar el hecho de que Israel acude a la mesa negociadora sin descartar, por lo pronto, un ataque militar contra Irán, considerado como la amenaza nuclear más acuciante que hoy presenta la región.
EEUU e Israel han, sobre este punto, alineado sus posiciones: el Estado judío está dispuesto a conceder a Washington el beneficio de la duda diplomática que permita un desarme de la capacidad nuclear iraní dentro de un plazo razonable. Pero los rumores de un ataque israelí ya llenan las columnas de todos los comentaristas, en tanto los ruidos que llegan de Teherán, en el sentido de desestimar cualquier encuentro entre israelíes y palestinos, al tiempo que se refuerza el aprovisionamiento de grupos extremistas islámicos como Hamas y Hezbollah en Líbano, no hacen sino agregar decepción e incredulidad en torno al proceso.
Entre tanto desánimo, solo cabe saludar el hecho de que la administración Obama haya invertido un capital político tan importante al plantear el proceso negociador promediando su primer término, e involucrando a una figura de tan alta visibilidad política como la secretaria de Estado, Hillary Clinton. Si Obama nada había hecho por merecer el premio Nobel de la Paz a la hora de recibirlo, por lo menos parece dispuesto a hacer un esfuerzo ya con él en la mano.