5772

03/Oct/2011

5772

30-9-2011
Editorial LEONARDO GUZMÁN
Desde el atardecer de anteayer 28, el mundo hebreo celebra su Año Nuevo espiritual, llamado Rosh Hashaná -“cabeza del año”- por iniciar días para pasar balance, aclarar las ideas y renovar luz en los propósitos.
De un siglo acá, el judaísmo ocupa las primeras planas por causas trágicas, como la aparición del racismo en la Alemania de los años 20 -y años antes en Francia con el caso Dreyfus-, la masacre en el Holocausto generado por los nazis en los 30 y 40 y la resistencia palestina a la creación del Estado de Israel a partir de 1948. La Guerra de los 6 Días, la ocupación de Cisjordania y la discusión sobre los asentamientos reaparecen siempre en el repertorio internacional, sobre un telón de fondo creado por terroristas y gobiernos enemigos declarados de Israel, que han generado una caterva de fanáticos dispuestos a morir con tal de darse el gusto de matar.
En ese contexto, la Asamblea General de las Naciones Unidas escuchó en estos días al Presidente Abbas reclamar el ingreso inmediato del Estado Palestino y oyó al Primer Ministro Netanyau condicionarlo a que primero haya paz. Con lo cual el debate puede seguir hasta el infinito.
Pero sería un grave error reducir los temas del judaísmo al mejor o peor destino de las tesis de los sucesivos gobiernos de Israel -de signos opuestos, todos democráticamente electos- o al poder que tengan o se les atribuya a las colectividades hebreas esparcidas por el mundo. Sería un profundo error, porque la actitud y la cultura hebrea tienen miles de años, y están por encima de los aciertos, los yerros y las contingencias políticas, y aun del poder que les reconozcan o atribuyan las sociologías materialistas siempre ávidas de detectar intereses y generalmente mezquinas para valorar ideales.
El enfoque hebreo es un existencialismo desgarrado cuyos miles de años generaron una tradición riquísima que sentó los cimientos perennes del cristianismo y del liberalismo espiritual. Basta pensar que los Diez Mandamientos pasaron del pueblo hebreo a la humanidad y basta sentir cuánta falta hace hoy su vigencia, para darnos cuenta de que nuestro vínculo con el judaísmo es el vínculo con nosotros mismos.
Por saberlo así y por vivir -por noble mandamiento constitucional- sin ninguna religión oficial, nuestro pueblo siempre ha respetado y acompañado los sentimientos del judaísmo en su Año Nuevo.
Pero a la entrada de este 5772 el Uruguay tiene una razón mayor para hacerlo. Está haciendo su propia travesía del desierto: sucesivas oleadas de relativismo y adaptación lo han dejado en un páramo moral y jurídico, donde el fracaso liceal se justifica por los contextos sociales en vez de combatirlo inculcando el ideal de superación, el retroceso del lenguaje es festejado como avance de una clase ascendente y la proliferación de basura se explica como fenómeno cultural en vez de combatirla como mugre.
En este Uruguay concreto de 2011, ¡vaya si hacen falta la moral mosaica, los Proverbios, los valores del Talmud y el imperativo incondicionado que da luz conceptual a la vida! Y en eso, más que en los precios internacionales, nos va el destino.