La intifada cool

17/Jun/2024

El País- por Ing. Jorge Grünberg

El País- por Ing. Jorge Grünberg

“La actual guerra entre Israel y Hamas está causando muerte y destrucción en Gaza, pero también está dañando a algunas de las más importantes universidades del mundo… Esa otra guerra es contra la democracia, contra la libertad de pensamiento, contra los derechos de la mujer y contra algunas minorías seleccionadas como los judíos. El antisemitismo no es una excepción en esos grupos, es uno de sus factores identificatorios.” Crédito foto: Stefan Jeremiah/AP

La universidad es una pieza fundamental para el desarrollo. La universidad crea conocimiento que lleva a la generación de nuevas tecnologías y formas de organización que luego utilizan las empresas para generar valor y empleo. Si la universidad confunde su misión, la innovación se enlentece y los empleos obsolescen, la sociedad se empobrece frente a otros países que se vuelven más innovadores y productivos.

La universidad activista es legítima pero no es la más efectiva para propulsar oportunidades para ciudadanos. El caso de América Latina es elocuente en este sentido cuando se compara, por ejemplo, con las universidades de regímenes tan distintos como China, Corea del Sur o Singapur.

La actual guerra entre Israel y Hamas está causando muerte y destrucción en Gaza, pero también está dañando a algunas de las más importantes universidades del mundo.

No voy a opinar sobre los aspectos militares de esta guerra porque no soy experto (aunque esta ignorancia no impide que mucha gente que solo se informa por Instagram opine sobre el tonelaje de las bombas, el concepto de proporcionalidad o la definición legal de genocidio). Hay mucho sufrimiento real además del inventado en esta guerra, y nuestro deseo debe ser que termine cuanto antes en paz y seguridad para los pueblos de Israel y Gaza.

Pero hay otra guerra paralela que utiliza la guerra de Gaza como plataforma para sus propios fines. Esa otra guerra es contra la democracia, contra la libertad de pensamiento, contra los derechos de la mujer y contra algunas minorías seleccionadas como los judíos. El antisemitismo no es una excepción en esos grupos, es uno de sus factores identificatorios.

En algunas de las más exclusivas universidades de Estados Unidos estos grupos de manifestantes erigieron campamentos ilegales, interrumpieron clases y exámenes con megáfonos, inundaron las redes sociales de insultos antisemitas y bloquearon a alumnos judíos para que no pudieran ingresar a los salones de clase. Directivos, rectores y muchos docentes permanecieron indiferentes. En algunos casos la defensa del campus la ejercieron espontáneamente porteros y limpiadores. Solo cuando el congreso norteamericano y asociaciones de graduados reaccionaron, los rectores tomaron algunas medidas.

La imagen que nos ofrecen los medios es engañosa. Muchos de ellos parecen haber entrado en un estado de “suspensión de la incredulidad” al reportar sobre la guerra en Gaza. Repiten números sobre la cantidad de víctimas aportados por Hamas sin considerar la credibilidad de la fuente, sin corroborarlos con fuentes independientes, sin consultarlas con expertos ni compararlas con otros conflictos similares, es decir, sin aplicar reglas básicas del periodismo. Es como si Pablo Escobar fuera la principal fuente de información sobre el narcotráfico y todos los medios publicaran sus comunicados como la verdad revelada. Es difícil de entender que grupos que defienden los derechos humanos apoyen a Hamas que secuestró mujeres, niños y ancianos, asesinó y torturó a muchos de ellos y a otros los mantiene desaparecidos. La inconsistencia moral es tan grande que uno debe buscar explicaciones. Una de las explicaciones es que muchas de estas personas son ignorantes. Nunca visitaron Gaza. No hablan ni leen árabe, no conocen ni la geografía ni la historia de la zona y de los diferentes pueblos que la habitan. Sus gritos y cánticos reflejan más su deseo de estar a la moda que ninguna solidaridad real con pueblos que no conocen.

En el fondo, muchos de estos manifestantes son racistas, aunque no lo admitan, y no me refiero al evidente antisemitismo sino a sentimientos más profundos. Años de educación posmoderna los han llevado a desplazar al individuo y a interpretar todo en torno a una matriz racial.

Si las víctimas y los victimarios de un conflicto son blancas (como en Ucrania) no es necesario manifestarse. Si las víctimas no son blancas pero los victimarios tampoco (como en Siria, Irak, Tíbet, Kurdistán, Darfur, Myanmar o Nagorno Karabaj) tampoco desata su indignación. Solo se indignan cuando los victimarios son (o parecen) occidentales y las víctimas no lo son. Este paradigma, donde lo racial es el total de la experiencia humana, puede explicar por qué el dictador de Siria asesinó a 500.000 árabes sin generar indignación en Harvard o Columbia. Estas personas no conocen Israel, no saben que más de la mitad de su población proviene de países árabes. En su mundo de caricatura, la guerra de Gaza es un resabio colonial donde un ejército blanco combate una población nativa.

Este no es un movimiento popular y generalizado. Según una encuesta de Generation Lab, menos del 8% de los alumnos universitarios han participado de protestas. Se instalaron campamentos en menos del 2% de las más de 5.000 universidades norteamericanas. Este movimiento no es comparable a las protestas contra la guerra de Vietnam, se parece más a las Juventudes Hitlerianas (de quien copian las cadenas humanas para evitar que ingresen los judíos a los salones de clase) o al Ku Klux Klan, cuando buscaba evitar que los afroamericanos ingresaran a clase en la década del sesenta.

Las elites que destilan su odio a Israel no comprenden su divorcio del resto de la sociedad. La gran mayoría de la sociedad norteamericana está en contra de Hamas (en la encuesta de mayo 2024 de Harvard CAPS-Harris Poll, más del 80% declaró apoyar a Israel).

Todo este movimiento de minorías radicalizadas que emergen de las más prestigiosas universidades del mundo muestra una vez más que no hay correlación entre el nivel educativo y la decencia moral. Este estado de certeza absoluta es la antítesis de la educación universitaria que debe promover el contraste de ideas, el diálogo entre diferentes y la disposición a seguir la evidencia en búsqueda de la verdad. Demasiadas universidades han adoptado el camino inverso, creando culturas hegemónicas y cancelando voces disidentes.