Empezó “una nueva Guerra Fría” que “puede transformarse en caliente”: la advertencia de un experto en Medio Oriente

19/Abr/2024

El Observador- por Tomer Urwicz

El Observador- por Tomer Urwicz

El profesor emérito de Ciencias Políticas de la Universidad de Tel Aviv, el uruguayo Alberto Spektorowski, visualiza nubarrones en una región en que cabe esperarse “un status quo de tensión” en el futuro cercano. Crédito foto: Leonardo Carreño

El mundo cambió. Los ataques terroristas del Hamás el pasado 7 de octubre, la posterior reacción israelí, y el reciente bombardeo iraní son la demostración de que el mundo, tal cual se conocía, entró en una nueva etapa. Empezó una “Guerra Fría” versión siglo XXI que promete volverse “caliente”. Y en el futuro cercano cabe esperarse “un status quo de tensión” sin lugar para las negociaciones de paz concretas. Así lo entiende el académico uruguayo-israelí Alberto Sepktorowski, profesor emérito de Ciencias Políticas de la Universidad de Tel Aviv, quien divisa nubarrones en una región con falta de claridad.

Spektorowski, a quien le dicen “Charrúa” de tan uruguayo que es y a quien en una práctica de la quinta de Nacional el Pepe Schiaffino le dijo que “iba a llegar lejos”, jugó siempre el partido de resolución de conflictos. Fue parte del equipo del excanciller Shlomo Ben Amí, figura clave que estuvo a punto de alcanzar la paz con los palestinos en los 2000, integró el grupo de enlace que puso fin al grupo terrorista ETA, escribió documentos científicos sobre los radicalismos en las democracias, y ahora visitó Uruguay y Argentina para, desde su disciplina, intentar comprender el nuevo mundo.

Después de 45 años de amenazas —y la supuesta colaboración en atentados terroristas en el exterior— Irán atacó directamente a Israel. ¿Qué cambió?

El mundo cambió, pasando de unipolar a multipolar. Lo que hizo el ataque de Irán fue recuperar la fuerza del mundo liderado por Estados Unidos, al tiempo que volvió a poner en lugar de preferencia a su socio más criticado que es Israel. El bloque de resistencia de Irán, China y Rusia sufrió un traspié con el acto iraní. Pues demostró su debilidad y dejó al descubierto que el eje “Americano” —que incluye a las democracias liberales, a Israel y a los países árabes sunitas— es capaz de unirse y fortalecerse… en lo militar y en lo económico. A Israel este acto lo salvó, por un instante, ante lo mal parado que venía quedado por la guerra en Gaza. Volvió a ser parte, al menos por ahora, de los países democráticos.

¿Qué reacción israelí cabe esperarse tras los ataques de Irán?

Israel no puede no responder, porque esas son las leyes del barrio. Pero, como en el ajedrez, siempre es mejor tener paciencia. Solo espero, como ciudadano, que la reacción israelí sea con el consentimiento y acordada con Estados Unidos. La coalición es ahora lo más relevante que dejó al descubierto el bombardeo del sábado.

El bombardeo iraní fue anunciado. Ahora usted dice que Israel responderá. ¿Asistimos a una nueva Guerra Fría en que las amenazas son más potentes que los ataques per sé?

Ojalá sea solo una nueva Guerra Fría, porque en cualquier momento puede transformarse en caliente. Por más que se mantenga la calma y se contenga la reacción, a la corta o a la larga, Israel y Estados Unidos se le enfrentarán a Irán cara a cara. La pregunta es si en ese momento Rusia y China ayudarán a Irán o no. Es probable que aprovechen ese momento para avanzar en Ucrania (el proyecto Eurasia de Putin) o sobre las islas del Pacífico Sur (como quiere China).

Cuando usted acompañó la cumbre de paz, en los 2000, se repetía: “No hay camino para la paz, la paz es el camino”. Tras los ataques terroristas del 7 de octubre y la posterior reacción israelí, ¿la paz sigue siendo el camino?

La respuesta no es sencilla y, muy a mi pesar, me genera un nudo en la garganta. Porque está el deseo por un lado, pero la realidad que te pega una cachetada por el otro. En los 90, tras la caída de la Unión Soviética y el auge de las democracias liberales, se hablaba de la “ventana de oportunidad”. Por aquel momento pensábamos que la tensión en Medio Oriente era un tema de nacionalismos. Se pensaba que los radicalismos no eran lo suficientemente fuertes como para bloquear los procesos de paz. Se sostenía que a cambio de tierras se lograría la buena convivencia: dos Estados para dos pueblos. En los 2000, nos sentábamos a tomar café en Madrid con nuestros pares palestinos (con el negociador de la OLP Sufian Abu Zaida) porque teníamos un buen diálogo, hablábamos de igual a igual. El primer ministro Ehud Barak les ofrece a los palestinos la soberanía del 97% de Cisjordania para armar su propio Estado. Pero esa propuesta fue rechazada. Nuestra idea de que, con el paso del tiempo, se podría ir negociando el 100% se derrumbó. Y ahí empezamos a darnos cuenta que esto no es un tema de territorios ni nacionalidad. Para quienes hoy gobiernan Gaza, no puede existir un Estado judío. Israel no tiene derecho a existir porque es una piedra en el camino para quienes quieren imponer una teocracia. Y contra eso no hay proceso de paz que valga. El 7 de octubre fue, en este sentido, un punto bisagra: fue el momento en que queda claro que el mundo cambió: ya no hay una bipolaridad (sino multipolaridad), pero tampoco existe un multilateralismo (de Naciones Unidas) capaz de resolver los problemas de la gente.

El historiador israelí Yuval Noah Harari dijo: “Esta guerra no la va a ganar quien más gente mate, sino quien logra los objetivos políticos”. ¿Quién está alcanzando sus objetivos políticos?

Desde el 7 de octubre, quien viene ganando (entendido “ganar” por el cumplimiento de sus objetivos) es Yahya Sinwar, el líder del Hamás en la franja de Gaza. Él había advertido que, con el paso de los años, Israel se venía consolidando, que venía generando acuerdos con distintos países árabes, que estaba preocupado por asuntos internos del gobierno de Netanyahu, y el asunto palestino quedaba fuera de juego. Por eso jugó a romper este silencio y rompió con la tesis de dos Estados para dos pueblos. Él sabía que, tras los ataques terroristas, Israel iba a reaccionar. Israel iba a matar. Y la opinión pública poco a poco iba a quedar a su favor. Él sabía que cuantos más niños palestinos muriesen, mejor. Esa es su mejor propaganda. Con solo tener decenas de secuestrados, sabe que Israel hará todo por liberarlos y, por tanto, maneja los tiempos. Eso, en términos de su partido, ya lo coloca como ganador político. Alguien puede preguntarse cómo hablar de ganadores cuando muere gente, el tema es que a Sinwar le interesan muy poco los derechos humanos: violan a las mujeres, usan a niños de escudos, con el dinero compran armas.

Usted dice que la guerra —o las guerras— en curso en Medio Oriente demostraron que el mundo cambió. ¿En qué cambió?

Israel es solo la base en Medio Oriente que termina representando a la democracia liberal ante un bloque de resistencia que nuclea a China, Rusia e Irán. Son países que, cada uno con su ideología, tienen en común el totalitarismo y la poca adhesión al sentido de libertad. Es un eje con poco respeto a los derechos humanos que, antes, era apoyado por la derecha radical y ahora lo sigue parte de la izquierda.

En ese sentido, ¿cómo reaccionó el mundo a la guerra iniciada el 7 de octubre?

Los “amigos” de Israel marcaron desde el vamos su apoyo incondicional y el derecho del país a defenderse. Pero una vez que el ejército israelí reaccionó y mató a 20.000 o 30.000 palestinos, esos mismos “amigos” fueron claros en decir: “se les pasó la mano”. Los apoyos fueron, sobre todo, de los liberales más clásicos, los liberales de la vieja escuela. Otra parte reaccionó al borde del antisemitismo. No quiero decir que fuera antisemitismo puro y duro, pues hubo de todo. Pero en buena medida la izquierda, mi izquierda de la que siempre fui parte, reaccionó con una condena casi al unísono de Israel y una solidaridad desmedida con el Hamás. Yo me pregunto: ¿cómo la izquierda puede apoyar a un gobierno de facto que quiere imponer una teocracia que contraviene todos los derechos por los que históricamente luchó la izquierda? Y la respuesta es que es una mirada “pos-colonialista”: la bandera Palestina hace juego con la idea de pueblo oprimido, autodeterminación y todo aquello de lo que se abrazó la izquierda tras cualquier colonialismo. Es pensar que Israel es un imperio que busca colonizar: pocos reparan que Israel ya no estaba en Gaza desde hacía casi 15 años. Y mucho menos reparan en que los árabes viven con más derechos en Israel que en Palestina. A una parte de la izquierda, lamentablemente, no le interesan los derechos humanos.

¿Es viable acabar con el Hamás?

Todos queremos la casa limpia, pero no la queremos limpiar. Con el Hamás, sobre todo con su ideología, no se termina; como tampoco se terminó con el Estado Islámico (ISIS). Pero sí es posible un debilitamiento tal que no represente una amenaza latente en lo inmediato. Una vez que la capacidad militar de los radicales quede casi destruida, lo que queda es la insurgencia y la inteligencia para controlar esa insurgencia.

Pero, ¿la reacción israelí no acaba alimentando esa insurgencia y la radicalización?

No necesariamente. Ya hay quienes en Gaza se oponen al Hamás. Son los palestinos que quieren convivir en paz, que quieren que el dinero que les llega sea para servicios públicos y no para armamento o túneles. Si el dinero que le entraba a Gaza iba a la construcción de escuelas, de edificios, de hospitales, en un par de años Gaza era más bonita que Punta del Este.

Usted dice que esta no es una guerra por territorio. ¿Cómo se soluciona?

En los próximos cinco o seis años, al menos, no habrá una posibilidad de diálogo fuera del status quo. Puede haber ceses del fuego por un tiempo, pero el problema de fondo va a seguir estando. Históricamente, en esos ceses del fuego es cuando las partes, sobre todo el Hamás, se rearman. Tras el 7 de octubre, Israel entendió que cometió un error de inteligencia y no puede permitir ese nivel de armamento de Hamás. ¿Qué va a hacer Israel? Lo mismo que en Yenin, controlarlo. Un territorio sin capacidad militar palestina propia. Lo que no estaba pasando en Gaza, pese a que acusaban a Israel de un bloqueo, ahora sí va a pasar de facto. No soy futurólogo, pero, a priori, nada me hace pensar en que cambiará algo en el futuro cercano.

Usted fue parte de la resolución del conflicto vasco, ¿qué puede aprender Medio Oriente de aquel caso ibérico?

El conflicto vasco no se solucionó. Tampoco el catalán. Lo que logramos fue que las partes entendieran que debían dejar de lado la violencia y sentarse en una mesa de negociación. Es probable que muchos vascos no quieran saber nada del gobierno español, pero eso no significa que deban resolver sus discrepancias con atentados y teniendo a la población de rehén. A su vez, en esos conflictos hay mucho de simbólico: ponga la bandera que ponga en Cataluña, mucha gente va a seguir hablando catalán. Eso no cambia. Nosotros quisimos seguir esa línea de trabajo en Medio Oriente, solo que, con el tiempo, nos dimos cuenta que los procesos de paz fracasaron y que la puja no es territorial o nacional. En cierta medida, y aunque no sea de mi agrado, Netanyabu lo entendió muy bien: el tema palestino no se iba a solucionar, entonces procuró avances con países árabes que sí aceptaban los tratados. Digamos que Netanyahu veía en el Hamás al “enemigo potable”: ese que te quiere destruir, pero sabés que no puede hacerlo. El punto en los acuerdos no es que te dejen de odiar, sino que no tiren un tiro más.

¿Qué cabe esperarse ante este escenario “sin salida” que usted grafica?

Un status quo de tensión. Algunos momentos de mayor enfrentamiento y otros de tregua. Las Naciones Unidas ya no tienen incidencia real, su rol es más decorativo que otra cosa. La idea liberal global se hizo añicos. Los radicalismos crecen. Y en el barrio todos andan con el gatillo fácil.

¿Ese “todos” es literal?

Sí. Israel no es el bueno de la película, pues no hay ninguno bueno. Pero lo cierto es que en todas las opciones que hubo de acercarse a la paz, fueron los otros, los árabes, quienes no lo aceptaron. Insisto: siempre fui contrario al colonialismo, entiendo que a Israel se le fue la mano y que no es un santo. Pero la complejidad de la zona va más allá de dejarse llevar por titulares e imágenes que circulan en redes sociales y que cuajan en la bandera que quiero alzar, sin importarme si esa misma bandera es contraria, por ejemplo, a los derechos humanos.