Cuando el conductor Roberto Paternostro dio los primeros movimientos de su batuta, indicando a los músicos de la Orquesta de Cámara de Israel el inicio de la ópera wagneriana Siegfried Idyll ante un auditorio en Alemania a fines de julio último, disparó, como era de esperar, una polémica en su país. Que una orquesta israelí toque música del compositor favorito de Adolf Hitler, que lo haga en Bayreuth -el epicentro cultural nazi por excelencia durante los años de la Segunda Guerra Mundial- que el director Paternostro sea él mismo hijo de sobrevivientes del Holocausto, y que el Festival de Ópera de Bayreuth sea administrado por los descendientes del propio Wagner, parecía una combinación de factores hecha a medida de la mejor provocación posible.
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